Dibujo de Fiona Martínez (nov 09)

martes, 14 de marzo de 2017

DECISIONES





·       Equipo Artístico:
o   Débora Guerrero
o   Rikar Gil
o   Carmen Santamaría
o   Alfonso Mendiguchía
Figuración:
o   Marian Pérez
o   Carlos Malonda
o   Tristán Malonsa
o   Ulysses Malonda
o   Josemari Martínez
__________________________________________________________________________________________________
·       Equipo Técnico:
o   Director: Josemari Martínez
o   Guion: Josemari Martínez, Juanma Banegas
o   Director Fotografía: Israel Sas
o   Dirección Artística: Marcelo Renieblas
o   Música Original: José Manuel Prieto
o   Sonido Directo: Juan Carlos Arribas
o   Maquillaje y Peluquería: Marina H
o   1er Ayudante Dirección: Gerardo Díaz
o   2º Ayudante Dirección: Juanma Banegas
o   Jefa de Producción: Tania Galán
o   Gaffer: Adolfo Berzosa
o   Script: Ketty Lloclla
o   Foto Fija: Abraham Blázquez
o   Asesoría: Carlos Ávila (Asesoría Galayos)
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o   Supervisión musical: Juan Antonio Simarro
o   Intérprete: José Manuel Prieto
o   Montaje: Josemari Martínez
o   Etalonaje. Israel Sas
o   Montaje de sonido: Paloma Huelin (La Bocina)
o   Ayudante de montaje: Kyrl Acton (La Bocina)
o   Mezcla de sonido: Nacho Royo- Villanova (La Bocina)
o   VFX & Créditos: Josep Maria Solé (Vianda Gráfica)
o   Diseño del cartel: Laura Larxé
o   Subtítulos: Bbo Subtitulad
o  Distribución: InOut Distribution

jueves, 23 de octubre de 2014

Corazón de regaliz


¿No os ha pasado nunca que vais a tiraros desde lo alto de un edificio cuándo sentís la vibración del móvil en vuestro bolsillo porque os han etiquetado en una foto de Instagram, la foto en cuestión os hace gracia, buscáis alguna vista interesante para replicar, os enredáis editando la foto y pensáis “venga va, ya me suicido otro día”?

A mí sí, tres veces. La última hace un rato. Aunque esto hay que matizarlo.

De mi primer intento de suicidio hará diez años; claro que entonces los móviles no soportaban aplicaciones ni Instagram existía, pero sí las fotos impresas, esas de cartulina satinada que terminan en una caja de zapatos o, en el mejor de los casos, pegadas en algún álbum. 
     Me hallaba de pie en la cornisa de una ventana, terminándome una barra de chocolate con avellanas –un último deseo- cuando percibí como un trozo de papel que bailaba mecido por el fresco viento del atardecer se aproximaba. Sólo cuando el papel estuvo a mi alcance me di cuenta de que se trataba de una fotografía. Intrigado, esperé a que la foto estuviera lo suficientemente cerca de mi mano para cogerla, no fuera a caerme (ya me tiraría yo después). 
     Oh sorpresa!!! Era una fotografía de mí, allí subido en la cornisa de la ventana, que alguien me habría hecho un par de minutos antes. Miré al frente, pero sólo pude ver una ventana abierta de par en par, tenuemente iluminada, rodeada de otras ventanas cerradas y en penumbra.

La segunda vez que traté de matarme se remonta a cinco años atrás. El mundo contaba con tantos teléfonos móviles como terrícolas e Instagram sólo era el sueño de dos muchachos mal afeitados encerrados día y noche con sus ordenadores en algún garaje de Silicon Valley… el eterno tópico. 
     En esta ocasión no se trataba de la cornisa de una ventana, sino de una piscina vacía y de un trampolín lo suficientemente alto para mi propósito. Tampoco tenía un pedazo de chocolate, sino un té con limón, servido en una taza y un plato de fina porcelana; taza que yo sostenía estirando el dedo meñique tanto como podía. Entre sorbo y sorbo miraba hacia el suelo, decidiendo si me dejaba caer a plomo, así sin más o si –dado el sitio elegido- intentaba algo con un mínimo de elegancia y durante mi descenso me adornaba con algunas volteretas y tirabuzones. 
     Apuraba mi té cuando, de nuevo la vibración del móvil, me avisó de que había recibido un email. El email consistía en una frase y una fotografía. La frase, de una única palabra, imploraba: “sálvame”. La foto era la de una chica subida en la misma cornisa en la que yo estuviera años atrás. La chica vestía una sudadera gris con capucha por lo que no pude ver su rostro. Evidentemente cuando llegué para tratar de evitar la tragedia ella no estaba. En la cornisa de la ventana lo único que encontré fue el contorno de un corazón hecho con regaliz rojo. Me senté en el suelo de la habitación y me comí el regaliz mirando la foto y pensando lo irónico que resultaba que la chica, una desconocida pidiendo auxilio, me había vuelto a salvar y por segunda vez.

El tercer intento de suicidio frustrado -cuando consultar y usar Instagram es parte de nuestra tecnorutina- ha ocurrido hace un par de horas y el lugar escogido ha sido un puente sobre la autovía. Desde allí miraba al horizonte y elegía un punto cualquiera. Observaba como el punto se iba acercando y como poco a poco el punto iba adquiriendo la forma de un coche. Después le seguía con la mirada hasta que pasaba bajo el puente y le perdía de vista. Decidí que me tiraría cuando pasara un coche amarillo, por darle un poco de emoción al tema.
     Cuando agarraba la barandilla del puente para saltarla y dejarme caer al vacío mi teléfono emitió su salvadora vibración. Un mensaje en la pantalla de mi móvil me avisaba de que había sido etiquetado en una foto de Instagram (esta vez sí).  
     En la foto puede verse una par de sillas y una mesa preparada para comer, con mantel, dos vasos y un par de platos. En los platos hay unas barras de regaliz rojo. Y en una de las sillas está la chica de la sudadera gris, esta vez sí, sonriéndome a cara descubierta.


jueves, 26 de junio de 2014

el sopapo

Sonaban las notas de su canción favorita y bebió el licor de las ocasiones especiales, ese que desde el primer trago le atizaba un latigazo entre las cejas, un shock & roll para sus neuronas;
pero la pantalla, otrora el folio, seguía de un blanco insultante, una daga en su orgullo.

Estaba por levantarse cuando la mosca con un descenso grácil se posó en su pantalla.

La norma establecía que antes de acertar al insecto con el manotazo habría de intentarlo un millón de veces; pero el día no estaba para normas por lo que el palmetazo reventó al bicho.

La sangre, esparcida aleatoriamente, compuso un extraño dibujo, aunque cuando nuestro personaje se fijó con atención comprobó que no era tal el dibujo, sino letras; letras que formaban palabras, frases, un párrafo. Y por increíble que parezca el párrafo tenía coherencia y sentido...

domingo, 20 de abril de 2014

tres, treinta y tres, trescientos treinta y tres

Ataviada con su camiseta de rayas horizontales y los pantalones que alguna vez fueron verdes, se preparó la infusión en su taza favorita, la que le regalara aquella persona de quien guardaba tan gratos e inolvidables recuerdos. Se puso la música de siempre y leyó algunos versos del autor que la transportaba a otra realidad

Lograda la atmósfera que necesitaba para crear cogió uno de los lápices, cerró los ojos y se concentró, buscando esa oscuridad interior que tantas veces le ayudaba a romper el lienzo en blanco.


Con los ojos aún cerrados, según apoyó la mina sobre la tela, supo que había algo diferente. Las sensaciones que recibía eran nuevas, nada que ver con lo que había percibido en otras ocasiones. La mano, cobrando vida propia, dejó de obedecer a la mente y trazó líneas que la artista no entendía. 

El gesto, contrito y concentrado, reflejaba su estado de ánimo y las gotas de sudor que resbalaban por su cara se estrellaban en el suelo. Deseaba abrir los ojos y observar que estaba dibujando, pero se resistía, prefería seguir a ciegas y que su mano siguiera creando bajo esa extraña inercia. 

Minutos después se detuvo. Repentinamente. Del cien al cero, sin velocidades intermedias. Y ella supo que había llegado el momento de comprobar el resultado del viaje. 

Se tomó unos segundos para respirar profundo y serenarse y cuando al fin abrió los ojos su primera impresión fue la de encontrarse ante algo que le resultaba familiar. El dibujo mostraba una extraña e irregular figura. No supo reconocerlo. No supo que representaba o qué podría significar aquel contorno, a pesar de que lo observó y estudió desde diferentes ángulos y distancias, desde diferentes perspectivas.

Cansada y un tanto inquieta salió a la calle para despejarse. Llovía. Caminó con paso lento y sin cubrirse, permitiendo que la lluvia empapara su cabello y calara sus ropas, que el frío la reactivara.

De nuevo en casa, tras una ducha caliente, recibió una llamada. Miró el teléfono antes de contestar. Una llamada internacional desde un número desconocido. Dudó. Descolgó y al escuchar como la saludaban por su nombre volvió ante su cuadro y -con cierto estupor- continuó la conversación.

Minutos más tarde, mientras le contaba por teléfono a su mejor amiga que la acababan de contratar para un proyecto en Argentina, cogió una chincheta azul. Recorrió su dibujo con la vista una vez más y cuando encontró las coordenadas que buscaba clavó la chincheta en el lienzo, situando a Buenos Aires en ese mapa que horas antes había realizado.

(NOTA: foto de Eva Raboso)


jueves, 12 de septiembre de 2013

Calabazas, el cortometraje, con NURIA ROCA


ESTRENO!!!!

Nuestro cortometraje "Calabazas", protagonizado por Nuria Roca, está finalizado.

Como algunos (o muchos) de vosotros ya sabéis ha sido un año de intenso trabajo: tras los tres días de rodaje vino el visionado del material grabado, la selección de las mejores escenas y planos, un primer montaje, el posterior rodaje de secuencias y planos complementarios, nuevos montajes, composición y grabación de la BSO, y más montajes, pruebas y testeos, ecualización y remasterización de músicas y sonidos, edición de color y un largo etc. de otras labores.

Sin ninguna duda puedo afirmar que este cortometraje ha sido posible gracias un gran trabajo en equipo, del equipo "DE AMIGOS" que componemos Calabaza FILMS (sí con mayúsculas... y no lo subrayo ni pongo estrellas porque este blog no permite hacerlo). 

Todos hemos participado en casi todas las facetas del proceso, de manera más o menos directa, aunque de forma individual Juan Manuel Banegas es junto conmigo coautor del guión además de mi ayudante en la dirección; Javier Banegas el responsable del sonido y el compositor de la BSO y Gerardo Díaz el responsable de la "fotografía" (cámara e iluminación).

Poco más quiero añadir a esta presentación, salvo dar las gracias públicamente a:
Massimo Ferroni y Lara Löher, actores del cortometraje,
Héctor Del Busto por el diseño del cartel que estáis viendo,
Abraham Blazquez Garcia y Alberto Abascal (integrantes junto a Juanma y Javi Banegas de "La Montaña Rusa") por la BSO,
a Laura Amador por el maquillaje y por su buen rollo en este y en cada uno de los rodajes que ha participado con nosotros,
Javier Naranjo y a Fernando Cubillo Arias por su imprescindible y desinteresada implicación en el proyecto, facilitándonos los sets donde se desarrolla el cortometraje,a Covadonga Loy Madera por su ayuda, y -por supuesto- a Pablo Hevia por el logo de Calabaza FILMS.

Deseadnos suerte!!


Cuentas de Calabaza FILMS:
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La Montaña Rusa (BSO):
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jueves, 1 de agosto de 2013

La vida en bucle


Suso entró por la puerta deshaciéndose el nudo de la corbata, dejó caer al suelo la bolsa del ordenador y arrojó sobre la butaca de la entrada la chaqueta que llevaba sobre su brazo. 

Lucía, que en ese preciso momento terminaba de poner la mesa, se giró para recibirle con su mejor sonrisa, de labios grandes y frescos.

Y así, lo que a priori era un saludo rutinario terminó siendo un polvo en condiciones. Comenzaron en la cocina, donde se devoraron a besos, continuaron por el pasillo que llevaba al dormitorio, donde ya solo vestían en paños menores y terminaron en la cama, donde practicaron dos o tres posturas antes de tocar el cielo.

Con la modorra del coito Lucía contaba lo pesado que había sido su día, de incesantes llamadas y correos, mientras sus dedos acariciaban el pecho del hombre. Suso, que disfrutaba escuchando la voz jovial y alegre de Lucía tanto como sus caricias melosas, reía y besaba a su hembra.

Se vistieron con cualquier cosa para sentarse a la mesa, comer con hambre y beberse un par de copas de vino. Terminado el postre Lucía asió la botella y las copas, encendieron el televisor y se tumbaron en el sofá, conformando un ovillo humano de brazos y piernas entrelazados que mutuamente acariciaban. Al final vieron algo más de lo que pensaban y dormitaron un poco menos. 

En la ducha se frotaron los cuerpos, en un ritual íntimo y tontorrón donde ambos eran niños pequeños a quienes había que explicarles con una ternura empalagosa que parte del cuerpo se les lavaba en ese preciso momento y cuál vendría a continuación.

Lucía canturreaba alguna melodía lenta y romántica mientras se vestía en el dormitorio y Suso contemplaba ensimismado los elegantes movimientos de sus manos, grandes, pobladas por dedos largos y finos. El azar quiso que en el instante en el que Lucía se mordía una uña que acababa de rompérsele mirase a Suso de esa manera que a él tanto le turbaba. Suso dejó de vestirse y muy lentamente se aproximó a Lucía. Olió su cuello, recorrió con los labios sus hombros aún desnudos, apenas rozando la piel de Lucía, mordió con delicadeza uno de sus lóbulos y le susurró cuanto la deseaba. Los dedos de Suso, enredados en los cabellos de Lucía, alcanzaron su nuca para abarcarla con la mano abierta y hacer que las bocas se juntasen y que las lenguas se buscaran. Con la mano libre Suso rodeó la cintura de Lucía y la apretó contra su erección. Los jadeos y los suspiros presagiaron que no llegarían al cine para la sesión de media tarde.

En un bar de aspecto correcto y cocina talentosa compartieron unas raciones y unas cervezas y con la confortable sensación de un estómago complacido entraron en el cine.


Lucía se agarró al brazo de Suso que le quedaba más próximo y recostó la cabeza sobre su hombro. Suso, feliz, dichoso y relajado, acariciaba con delicadeza el rostro de Lucía y así ambos se entregaron a disfrutar de una película cuyo fin no debería llegar nunca.

lunes, 11 de febrero de 2013

Inspiración, a por ti que voy!!



...y tres cafés después la página seguía en blanco, reto perdido.

martes, 8 de enero de 2013

Desconstruyéndome 2.0

Hace unos meses, con motivo de mi visita al dentista (...en cuyo sillón mis posaderas no reposaban desde hacía una cifra considerable de años); publiqué una entrada titulada "Desconstruyéndome". Para quienes no lo habéis leído el escrito, contado de una forma un tanto literaria, proporcionaba una relación de las lesiones, roturas, distensiones, contracturas, desgarros y demás respetables hostiazos  que he ido coleccionando a lo largo de mis (hoy) 43 añazos.

Asimismo dije que mucho me temía que con cierta periodicidad -y muy a mi pesar- me vería obligado a mantener actualizado el listado; y en esto mismo me dispongo a realizar a continuación:
  • Esguince de ligamentos de la rodilla izquierda: jugando al futbito (cómo si no), tres meses de reposo
  • Ondodoncia de una muela más... ups!!! perdona Joaquín -mi dentista- de "una pieza" más 
  • Y, hoy, precisamente hoy, el día de mi cumpleaños, me comunican que cuando a partir del momento que yo disponga sería conveniente que me extrajeran, además de dos mil euros en mi cuenta corriente, una de mis preciadas piezas (Joaquín, una muela, coño ya!)
No sé que me dolerás más, si contar con un sablazo más, o con una muela menos.

Me gustaría terminar aquí este listado, pero sé de buena tinta que al menos la versión 3.0 está garantizada, aunque no seré yo quien la escriba.

Oye, mira tú, me gustaría que el epitafio de mi lápida fuera "Desconstruyéndome N.0"

FELIZ 2013!!

viernes, 20 de julio de 2012

Regalo inesperado

Nora salió de la oficina a la hora de siempre y se fue directa a casa. Era viernes y se notaba agotada por el cansancio acumulado del resto de la semana: de madrugar, de esperar un autobús que siempre llegaba atestado de gente, de los atascos provocados por el tráfico; de aguantar las bromas subidas de tono de su jefe, de los problemas y las tensiones propias del trabajo, de comer cualquier cosa a toda prisa en la cocina de la oficina... incluso del café de la máquina del pasillo, ese café que le abrasaba los dedos al cogerlo y que estaba demasiado amargo o demasiado dulce y (lo peor) que siempre le dejaba esa sensación terrosa en los dientes.

Con cada paso Nora iba descontando los minutos, los metros y los escalones que le quedaban para llegar hasta su casa; para abrir la puerta, apoyar la espalda contra la misma y apreciar como las piezas del cerrojo encajaban entre sí, emitiendo ese sonido metálico y seco. A partir de ese instante Nora comenzaba a sentir una paz balsámica que poco a poco la inundaba y la adormecía. No sólo cerraba la puerta del piso, cerraba los madrugones, los olores acres del autobús, la impresora que siempre se atascaba... y daba la bienvenida al fin de semana, a esos días que tenía sólo para ella, para entregarse a sus aficiones y a sus placeres y para hacer lo que le diera la gana en cada momento. 

Nora suspiraba por llenar su bañera con sales perfumadas, hasta rebosar, meterse en ella y notar la caricia de la espuma densa y tibia, escuchar música y cantar todas las canciones con su inglés de andar por casa. Abrir una botella de vino, beberse una primera copa mientras se calentaba la lasaña, una segunda con la cena y un par de ellas más mientras disfrutaba de una buena película de principio a fin, sin interrupciones. Una comedia romántica que la emocionase y que le hiciese reír y llorar a partes iguales.

Todo cambió cuando al llegar al portal de su edificio el portero le entregó un paquete; un paquete anónimo, sin remitente, un regalo inesperado.

.........

Quieres saber cómo termina????
(sólo tienes que clicar en el siguiente enlace)

Ver vídeo

viernes, 6 de julio de 2012

Placeres mundanos

Marta se despertó con el trinar de los pájaros más madrugadores. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para las seis de la mañana. En breve amanecería y el campo se teñiría de color, tras los grises de la noche. Pensó en el día que le esperaba y en aquello de debería hacer en cada momento, mientras debatía si quedarse en la cama un rato más o levantarse antes de lo habitual. Optó por esta última opción. La idea de ver amanecer, tomando un café recién hecho era tentadora.
Se puso una vieja y gruesa chaqueta de lana sobre el camisón y salió del dormitorio. Una vez en la cocina abrió la ventana para que el aire de la mañana, impregnado de rocío, refrescase la casa. Puso la cafetera sobre el fuego, un par de rebanadas de pan en el tostador y volvió a la ventana, para contemplar como el azul del cielo poco a poco cobraba fuerza y los contornos de los árboles se perfilaban con mayor nitidez.
Hacía mucho tiempo que no madrugaba tanto, que no disfrutaba del espectáculo de ver un amanecer a cámara lenta. 
El burbujeo de la cafetera y el olor del pan tostado y del café recién hecho le hicieron regresar y notar que estaba hambrienta. Recordó que la noche anterior no había cenado. No pudo; aunque no era algo nuevo ni extraño. Le sucedía cada vez que le encargaban un nuevo trabajo. La noche previa al inicio del proceso le vencían los nervios, se le encogía el estómago y era incapaz de ingerir cualquier alimento. Después, una vez en la cama, dormía poco y mal.
Marta se sentó en la mesa de la cocina, untó mantequilla y la mermelada de naranja que ella misma preparaba en sus tostadas y las devoró con verdadero placer. 
Sin levantarse de la silla se giró y de un cajón del aparador que estaba a su espalda, extrajo un cuaderno y su vieja estilográfica. Encendió el equipo de música, que reposaba en el mismo aparador y escogió un disco de jazz, con temas lentos y melosos para que sonasen de fondo y le hiciesen compañía.
Con sus útiles ya preparados se sirvió un segundo café y tras dar un par de sorbos comenzó a trazar y diseñar las primeras líneas del boceto de la escenografía que su mecenas le había encargado.